En agosto de 1990 hice un viaje a la Bretaña con mi hermana y su familia. Pasando cerca de Mont-Saint-Michel me insistieron mucho en ir allí para que yo lo viera. Ellos ya conocían el lugar y yo sugerí que fuéramos a cualquier otro sitio que ellos no hubieran visto. Pero insistieron tanto que pensé que, puesto que iba con ellos, me tocaba acomodarme a lo que ellos quisieran hacer.
La noche anterior, nos había costado mucho encontrar un lugar donde pasar la noche. Finalmente un camping nos admitió. Era un mal camping y pasamos todos una mala noche. Habíamos dormido poco y los niños estaban verdaderamente pesados mientras nos acercábamos a Mont-Saint-Michel por una carretera recta con un calor asfixiante y con el sol dándonos en los ojos. Los niños, mal dormidos, estaban enfadados con el mundo entero y no querían ni mirar por la ventana mientras nos acercábamos al Monte. Entonces empecé a hablarles de San Miguel y su batalla en el Cielo, y ellos empezaron a poner atención en lo que yo decía, y cuando se empezó a ver un punto dorado que brillaba en lo más alto entre las agujas de la abadía les dije: “Aquél debe ser san Miguel”, levantaron la vista y a partir de este momento el mal humor de los niños se disipó por completo.
La conversación con los niños siguió girando en torno al Ángel, y a mí se me ocurrió decir de pronto:
-Yo soy del equipo de San Miguel
-Y yo también- contestaron los dos niños a coro
-Este castillo es de San Miguel, aunque nadie lo sepa; y si nosotros somos de su equipo, será también nuestro; y nosotros sabremos que es nuestro aunque los demás no lo sepan.
La niña apuntó una idea:
– Debió ser aquí donde San Miguel peleó contra el demonio.
-No es probable, pero de todos modos…
-¿Sabes tú donde fue esta pelea?
-No.
-Pues entonces no puedes decir que no fue aquí.
Me pareció un razonamiento excelente en una niña de seis años.
Entramos en el recinto como nuevos propietarios ilusionados. El gentío formaba una masa compacta que impedía avanzar. Mi hermana y mi cuñado me dijeron que subiera yo sola, que ellos se quedarían abajo porque los niños no resistirían aquello. Accedí y me incorporé a la masa compacta de los que intentaban visitar la abadía. Estuve allí horas, Hacia mediodía logré alcanzar uno de los bocadillos de los que ofrecían los comerciantes a los que estábamos allí atrapados. Pensé que aquel amasijo y aquel calor se podían complicar si no comía algo. Al pasar junto a la Parroquia intenté apartarme de la masa humana y entré un momento para saludar al Arcángel. Allí descubrí junto al suelo una boca de riego y conseguí abrirla. Pude entonces beber a gusto porque la sed me estaba matando. No me importó si el agua era potable o no; si estaba fría o recalentada… era un caso de emergencia.
Cuando la situación empezaba a ser preocupante -no podía avanzar ni retroceder- lanzaron un aviso desde la Abadía y nos pusieron en dos filas según deseábamos una visita larga o corta. Yo elegí la corta pensando en los que había dejado abajo, y al punto nos separaron por idiomas. El amasijo humano había quedado atrás y el grupo español era muy reducido. Nos tocó un guía francés que nos pidió excusas por su mal español, pues estaba supliendo a la titular. Pero resultó para nosotros el mejor guía del mundo porque nos lo explicó todo desde la fe, cosa que allí no es frecuente, según después supe después. En aquel momento ya comprendía que San Miguel estaba guiando esta visita, y que no tenía que preocuparme ni de cómo me sentaría el agua de la boca de riego o el bocadillo de no sé qué que había comido, ni de cómo le habría sentado una espera tan larga a mi familia. Nuestro guía insistió mucho en que aquel lugar había sido elegido por el Ángel para luchar contra el demonio y desterrar los rituales paganos, satánicos, que se practicaban allí anteriormente. Tuve que dar mentalmente la razón a mi sobrina, y comprendí que este lugar, elegido por San Miguel hace tanto tiempo, seguía siendo suyo a pesar de que la mayoría de los turistas parecían ajenos al significado de este lugar: Incluso entre tanta gente enajenada, era un privilegio poder estar allí.
Al bajar me vi otra vez en la sopa humana: pero desde la Abadía había podido localizar un paso alternativo que me permitía salir de allí sin entrar en la calle principal. Bajé pues rápidamente y entré un momento en la Parroquia para dar las gracias a San Miguel y para comprar unas medallitas para los niños con las pocas monedas que me quedaban.
Fuera del recinto me reuní con los demás, que supongo que gastaron un buen tarro de paciencia esperándome, porque la excursión había durado unas tres horas: Eran ya las cinco y media de la tarde pasadas. Les di las medallas a los niños que las recibieron con un entusiasmo total. Mi cuñado me preguntó entonces si llevaba dinero y le respondí que había gastado mis últimos francos pero que llevaba pesetas y que al día siguiente cambiaría. Su exclamación me hizo comprender que teníamos un problema: nos habíamos quedado sin dinero suficiente para cenar y pasar la noche. De los días que llevábamos por allí habíamos aprendido bien que todos los bancos cerraban a las cinco de la tarde. No sabíamos qué hacer pues era impensable que nos fiaran o que aceptaran pesetas con lo atestada de turistas que estaba la región: no se iban a complicar la vida por nosotros teniendo una cola interminable de turistas a la que dar servicio. Entonces, por animarles les dije: Pues en el primer pueblo que pasemos, pararemos y cambiaremos moneda.
Esto era algo tan tonto que nadie lo discutió, pero por falta de algo mejor que hacer fuimos al primer pueblo y paramos en el primer banco que vimos. Estaba abierto. Eran entonces las seis menos diez. Mi cuñado entró y cambió. Quedó tan impresionado que no se atrevió ni a preguntar por qué estaba abierto. San Miguel sabía que si llegábamos con retraso era por él, y nos esperó con el banco abierto. Faltaban también provisiones para la cena y gas para cocinarlas, y las compramos sin ninguna dificultad en tiendas supuestamente cerradas.
Anochecía ya y quedaba lo último: Todos los campings estaban completos y avanzábamos con preocupación buscando algo que se hacía más improbable cuanto más tarde era. Cansados como íbamos por la mala noche anterior se nos hacía horrible la idea de no encontrar donde dormir y tener que pasar la noche en el coche sentados y sin espacio para movernos. Íbamos vigilando los indicadores de camping para comprobar una y otra vez que colgaba de la entrada el cartel de “completo”. Mi sobrino me importunaba para que le contara cosas de San Miguel y yo le dije que callara, que estábamos buscando un camping y no había. El niño dijo entonces: “No os preocupéis; vayamos por aquí -y señaló un cruce- y en seguida lo veréis. Y este campíng es bueno porque se lo he pedido a San Miguel”.
Su padre le obedeció con la misma docilidad que había mostrado conmigo al cambiar moneda, y nos encontramos en un precioso camping situado en un prado junto a un lago. la humedad ligera del ambiente aliviaba el calor que habíamos pasado; la belleza del lugar era cosa grande y estaba casi vacío. Todo el prado era para nosotros. Mi cuñado empezó a decir que aquello no podía ser y que allí había trampa, y más cuando después de pagar un precio ridículo -la mitad de lo que valían los otros campings de la zona- nos dijeron que nos acomodáramos a nuestro gusto. Nos niños empezaron a jugar con un poney que corría por allí. Había también columpios, patines para pasear por el lago y todo cuanto les pudiera apetecer.
– La trampa debe estar en los servicios- dijeron mi cuñado y mi hermana.
-No hay trampa- repetía mi sobrino -Nos lo ha conseguido San Miguel.
Y efectivamente, cuando pasamos por allí estaba todo perfecto: limpios, sin gente, con agua caliente, lavadora y cuanto pudiéramos necesitar.
Pudimos descansar, dormir a gusto, disfrutar del excelente desayuno que nos preparó la mujer que llevaba el camping y de su extraordinaria amabilidad, así como del trato agradable de las pocas personas que allí había. Y hasta dar un paseo por el lago con patín, metiéndonos en los nenúfares que a trozos cubrían la superficie del agua. Todo fue acogedor, amable, fresco y simpático.
Comprendimos entonces que San Miguel reconocía las molestias que nos habíamos tomado para irle a ver y que no iba a permitir que nos fuésemos de allí sin encontrar acogida y descanso.
Pero, ¿Sólo eso? Me pareció que San Miguel me decía: “Quiero ser de tu equipo”. En la conversación con los niños habíamos hablado de equipos y yo había dicho que San Miguel era de mi equipo. Lo dije jugando pero al punto comprendí que era cierto. Para entender esto hay que explicar lo que significaba para nosotros “ser de mi equipo”. Con los niños hablábamos muchas veces así. Era una forma de decir “éste es de los míos”. El equipo era un compromiso de sentir como el otro, ayudarle siempre, ayudarle en todo y compartirlo todo. Las condiciones que considerábamos necesarias para que alguien pudiera “ser de mi equipo”, además del deseo de serlo eran: valentía, veracidad y generosidad. Así entendíamos la auténtica amistad.
Comprendimos entonces que nadie cumplía tan perfectamente estas condiciones como San Miguel. ¿Quién podría ganar en valentía al que no había vacilado en enfrentarse al peor enemigo que ha existido jamás? Respecto a la veracidad, él se había enfrentado al padre de la mentira defendiendo la verdad: ¡Quién como Dios! Y respecto a la generosidad, luchó (y sigue luchando) por la Gloria de Dios, no por la suya; y sigue velando por el Pueblo de Dios. Faltaba sólo la condición previa, que quisiera ser de nuestro equipo. Ser de su equipo significaba no sólo pedir su intercesión sino formar un nudo con él en el Cuerpo Místico, y esto no depende sólo de nosotros sino de la voluntad de Dios, que es quien teje los hilos con los que va tejiendo uniendo a unos y otros en el Cuerpo Místico. Por eso cuando me pareció oír que San Miguel me decía: “Quiero ser de tu equipo”, entendí que era Dios quien me había unido en la medida de mis fuerzas a esta gigantesca batalla entre el bien y en mal; entre los que son de Dios y los que son del demonio, que hoy se está manifestando más claramente que nunca a los ojos de todos. Y así, lo que empezó siendo un juego de niños se ha convertido en algo trascendente cuyas consecuencias no puedo ni adivinar.
Me ha emocionado esta historia. No dudo que el maravilloso Arcángel San Miguel los haya guiado y protegido, porque él siempre acompaña a sus fieles.
Me encanto el Mensaje que tiene este Relato, y yo tambien quiero formar parte del equipo de San MIguel.
Yo también soy del equipo de San Miguel, Él envía mensajes muy claros, debemos estar atentos.